UN SOLTERÓN MÁS
Para Mariano ya era bastante difícil que su vida fuera solitaria como para tener que subir aquellos 72 escalones oscuros y en círculo, que le producían aquella nausea insoportable, tarea algo cansada para un hombre de 30 años que vivía en el último piso. Durante el largo proceso Mariano siempre pensaba en el martirio que era para él llegar a su casa, ya que su madre constantemente lo agobiaba recordándole a cada momento que era un solterón y que nunca había llevado a nadie a casa, sin dejar pasar por alto el hecho de que era un escritor frustrado.
—Mariano, ¿eres tú?
—Sí madre, aquí estoy.
— ¿Con quién vienes?, hice comida para tres.
—Solo, ya sabes que siempre estoy solo, no sé por qué tu insistencia de cocinar de más.
Terminada la cena Mariano recorría aquella sala extensa llena de cuadros de antaño que su madre coleccionaba, y a los cuales a pesar de eso les tenía mucho aprecio ya que eran cuadros que había pintado su padre. Enseguida daba un vistazo alrededor y como de costumbre estaba en orden, a él le gustaba así, la mesa de centro únicamente para adornar, la sala con los cojines tan acomodados que daba lástima sentarse en ellos, y los demás muebles igual de pulcros y con colores entristecidos como los anteriores, lo siguiente era pasar por aquel corredor oscuro, con apenas una pequeña chispa de luz y tan estrecho que sentía ahogarse cada que pasaba por ahí.
Al llegar a su habitación se sentó frente a la computadora siguiendo la rutina para escribir otro fracaso literario, su cama tan limpia como siempre, a un lado el closet lleno de trajes tan parecidos que poco se podía diferenciar uno del otro, un librero lleno y el perchero sin un solo saco, nada invariable a decir verdad; habitación que describía bien su personalidad.
Su rutina era del diario la misma, un día al salir de la puerta principal del edificio en el que vivía notó que había un nuevo local justo en la planta baja del edificio, era una boutique de ropa, de pronto concentró la mirada en un maniquí, no podía dejar de mirarlo, era como si le pareciera conocido.
—Buenos días señor.
—Buenos días.
— ¿Gusta ver algo en especial?, tal vez para su esposa…
Mariano veía al maniquí con aquel vestido negro tan entallado que sus más íntimos instintos recorrieron todo su cuerpo.
—No gracias… bueno sí disculpe ¿qué precio tiene ese vestido?
—500 pesos señor.
—Este… bueno gracias.
Cada mañana Mariano al salir del edificio se quedaba a contemplar a Magdalena (como él llamaba al maniquí) unos 10 ó 15 minutos, veía sus ojos tan cálidos que parecían tener vida, sus labios delgados que a vista de todos eran perfectos, pero para Mariano no lo eran tanto, ya que notaba que uno era más desalineado que el otro, sin embargo, esto no le molestaba pues su rostro y cuerpo fino lo compensaba. Le contaba cosas de todo tipo: de su trabajo, cómo este mundo era cada día más insoportable y rutinario para él, entre otras cosas, pero sin obtener una respuesta de ella.
Una mañana mientras platicaba:
—Sí ese tipo asistente del editor que piensa que por lamerle las botas se quedará con el puesto, es tan común ver ese tipo de cosas…
—Sí, así es la gente vacía y qué sólo se preocupa por los bienes materiales que puedan obtener o por resaltar entre el rebaño.
— ¡Magdalena! ¿Realmente eres tú la que me está hablando?
— ¡Claro que soy yo!, sino con quién hablas.
—No puedo creer que me estés hablando.
—Eso es porque me gusta escuchar tanto lo que te pasa, que se me hace imprudente de mi parte interrumpirte, ya que no sé nada de ti y tú lo sabes todo de mí.
—Gracias, pero en realidad no sé gran cosa de ti.
—Claro que lo sabes, sino nunca habrías notado mi presencia.
Por la noche Mariano llegó como de costumbre a casa.
— Mariano, ¿eres tú?
—Si madre, aquí estoy.
—Hice comida para tres, ¿hoy si la trajiste?
—No madre aún no.
—Pero, por lo menos dime cómo se llama.
—No te lo diré, aún no es momento.
— ¡Mentiroso! ¡No existe esa mujer, eres un falso, un mediocre, un perdedor!
— ¿Qué te pasa madre?
—Llamé a tu trabajo y me dijeron que no salías con ninguna mujer, es obvio que no existe, porque ¿en dónde más la pudiste haber conocido?, nunca tardas más del tiempo estimado para llegar a casa.
Lo tomó del brazo y gritaba:
— ¡Dime por qué lo has inventado todo!
— ¡Suéltame madre!, no mentí, sólo que no lo entenderías.
— ¡Eres un Perdedor!
De pronto Mariano se convirtió en otra persona, tomó a su madre del cuello, mientras veía cómo lo miraba fijamente, él no podía dejar de estrujar su cuello, ni de sentir placer por lo mismo, hasta que murió.
Mariano había leído muchas novelas sobre crímenes así que supo qué hacer, al otro día comenzaron a llegar las personas para dar el pésame.
—Buenas Noches Mariano.
—Buenas noches.
—Lamento mucho lo que sucedió.
—Sí, yo también lo siento mucho.
—No te preocupes, tu madre ahora está en mejor lugar.
—Eso espero…
Mariano no dejaba de pensar en su Magdalena y en que no había podido platicar con ella ese día, a lo lejos escuchaba a los asistentes y lo que decían.
—Desde que murió su marido nunca fue la misma.
—No, nunca, era tan dulce y luego no sé qué le pasó.
—Hay sí, pero espero que Magdalena ya esté con su esposo y que en el otro mundo sea la misma que era antes
Mariano sonrió y dijo para sí mismo:
—Quizá siempre fue la mi.
Escrito por Gabriela Ivonne Aquino Téllez
jueves, 27 de mayo de 2010
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me gusto mucho este cuento :D.
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